Cuando se utiliza el término coaching, son muchas las preguntas que surgen. Se ha utilizado el término con diferentes significados, no siempre los que más definen e identifican la metodología del coaching.
Entiendo el coaching como un proceso de acompañamiento al logro de objetivos, descubriendo e iluminando el potencial de cada persona, tomando conciencia, aceptando la responsabilidad, y emprendiendo las acciones eficaces desde un compromiso sincero.
Un coach te acompaña a encontrar el potencial que llevas dentro, a dar los pasos necesarios para llegar hacia el lugar que deseas, y que por motivos muy diversos, no lo haces. Del presente hacia el futuro, el coaching hace que te muevas de forma consciente, adquiriendo responsabilidad e independencia para seguir avanzando.
Coaching, que como método de desarrollo del potencial de las personas, nada tiene que ver con la traducción inglesa “entrenador”, tiene su origen en el húngaro “carruaje”, al hacer referencia a la esencia del proceso de coaching: el coach acompaña en el camino al cliente hacia el objetivo/meta con el que se compromete, de tal forma que, al igual que en el carruaje, como si de un taxi se tratara, el coach conducirá el coche, pero es el cliente el que decide montarse, el destino, y cuando bajarse porque ha llegado a donde quiere. El coach confía en que el cliente tiene los recursos que necesita para elegir el destino, y el coach le asiste en este camino con el fin de que el cliente llegue de la forma más eficaz al destino que haya elegido.
Un coach, por tanto, no es un psicólogo, consultor, mentor, supervisor… Mientras con la terapia se trabaja sobre el pasado, para resolverlo y llegar a un estado de normalidad, en el coaching, se trabaja desde el presente hacia el futuro, para alcanzar algo más o cambiar algo de tu vida que no es como quieres. Lo que si comparte el coaching con la terapia, es la confidencialidad y privacidad de todo lo que se trate durante el proceso.
Un coach no es un consultor ni un mentor, ni un entrenador, ya que no te dice en ningún momento lo que tienes que hacer, ni te da consejos, no te juzga, ni utiliza su propia experiencia; te acompaña en un diálogo, te ayuda a confrontar tus limitaciones y creencias, con preguntas poderosas que te ayuden a reflexionar, y teniendo en cuenta la forma de cada uno, a diseñar el plan de acción alineado con tu vida.
Para qué puede servir un proceso dependerá del protagonista, el cliente y sus objetivos. Su compromiso con el proceso y con él mismo, es el punto de partida para logar objetivos como: gestionar un cambio profesional, superar limitaciones que te impiden actuar, mejorar las relaciones con alguna persona o un equipo, optimizar la gestión del tiempo, hablar en público, tomar una decisión importante, cambiar algo de tu vida que no hace feliz, dar el paso que quieres dar…
Cada proceso es diferente, y dependiendo del objetivo y del protagonista podrá tener una duración u otra. En términos generales un proceso suele durar entre 5 y 10 sesiones, y cada una de las sesiones tener una duración de 60 a 90 minutos. Las nuevas tecnologías han permitido que las sesiones puedan desarrollarse tanto presencial, como telemáticamente, garantizándose la calidad y eficiencia de igual medida.