Cuando emitimos una opinión sobre algo o alguien, estamos emitiendo un juicio. En el momento en que hablamos de opiniones, y no de hechos, estamos hablando desde un punto de vista particular de la situación. Los hechos son lo que todos podemos ver exactamente igual (verde, cuadrado…) mientras que los juicios, incluyen una valoración de lo que el hecho en sí supone para cada uno de nosotros.
El juicio vive en la persona que lo formula. Forma parte de la historia que se articula, y encaja con las etiquetas prediseñadas. En muchas ocasiones, su origen es tan profundo que se confunde con hechos. Distinguir un hecho de un juicio será tan complicado como anclada esté la creencia que lo respalda.
Los juicios son aquellas imágenes que nos formulamos de los demás, que están medidas por lo que determinamos que es correcto o incorrecto, apropiado o inapropiado, lógico o ilógico, valido o inútil, cobarde o valiente, bueno o malo… Por lo que depende de la persona que lo emite, desde el punto de vista en el que está la persona que ve la situación, y de cuáles sean sus formas de medir los hechos, de interpretar lo que observa.
Cuando algo que hace otra persona nos molesta, tenemos una oportunidad de preguntarnos ¿qué me dice de mí que ______________ me moleste de esta manera? ¿qué hace que para mí _____________________ sea un problema?