Cuando éramos niños, cerrábamos los ojos o mirábamos hacia otro lado cuando algo nos daba miedo o nos asustaba. Ahora que somos mayores, eso nos parece gracioso, hasta que nos damos cuenta que más de uno seguimos utilizando “no mirar”, en alguna situación, como técnica de solución de problemas. “A ver si se resuelve…”.
Frente a esta forma nada responsable de asumir los problemas, existe también el riesgo de caer en la “responsabilidad absoluta” que defino así ya que supone que todo lo que ocurre, de alguna manera, “está en mi mano resolverlo”, y si además otros han fracasado al intentarlo, a solucionarlo todo con el doble de ganas.
Encontrar el punto justo de responsabilidad individual que alcanza a las acciones de cada persona, y dejar el resto de la responsabilidad en la potestad y el derecho del otro a ejercerla, supone mirar el problema de frente, y distinguir estos ámbitos. Todos necesitamos aprender al asumir nuestra responsabilidad, si otra persona asume nuestra carga le estamos dando con ello el derecho sobre nuestras acciones también. Con la responsabilidad cedemos el poder sobre las actuaciones.
Para sumir la responsabilidad es necesario comenzar siendo consciente de la situación. De nuestras acciones y de los hechos, de los compromisos y los objetivos, y mantener el foco.
Frente a estos límites, podemos preguntarnos, ¿Qué está en mi mano con respecto a _________? ¿Qué no está en mi mano? ¿Qué tengo que aceptar o dejar?